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Desde pequeña, Alexandra Restrepo Gallego entendió que para llegar lejos debía esforzarse el doble. Cada día, con las botas puestas, caminaba durante una hora por caminos de piedra hasta llegar al pueblo de Belmira. Allí la esperaba su abuela, quien la recibía con un abrazo y un par de zapatos limpios para completar su uniforme antes de entrar al colegio Presbítero Ricardo Luis Gutiérrez, en el norte de Antioquia.
La historia de Alexa hace parte de los más de 60.000 jóvenes que lograron ingresar a la universidad y graduarse gracias a los Fondos Sapiencia de la Alcaldía de Medellín, una política pública que permitió que miles de ciudadanos transformaran sus vidas y las de sus familias.
“Yo amo el campo. Crecí en ese entorno y es muy bonito. Siempre tuve la visión de no quedarme como ama de casa o en un supermercado que es lo máximo que uno puede aspirar en los pueblos. Sino como de salir más allá y conocer otras cosas. La cultura de la ciudad siempre me gustó. Me vine a la ciudad y siempre con el enfoque de querer estudiar, disfruto estudiar”, aclara.

Desde aquellos años, su determinación ya era visible. Fue la mejor de su clase, la número uno de su colegio y la primera en su familia que soñó con llegar a la universidad. “Era la mejor en el colegio, fui la mejor bachiller cuando me gradúe y desde siempre me gustaron las ciencias sociales y tenía claro que quería estudiar Derecho y que quería ser profesional”, decía.
En 2015, con apenas 19 años, Alexandra tomó la decisión de dejar el campo y mudarse sola a nuestra ciudad. Sin embargo, la vida tenía otros planes: quedó en embarazo y decidió detener por un tiempo su sueño de estudiar, para dedicarse a la crianza y al cuidado de su hija desde el barrio Robledo, en la comuna 7 de Medellín.
Desde antes de empacar maletas, su padre, Gilberto Restrepo, con la angustia y desazón le dijo: “Mija, hasta acá le puedo ayudar. No me da para pagarle una universidad. Sé que usted es muy juiciosa, pero económicamente no me da”. Su papá un trabajador de una finca lechera y su mamá, Ana Gallego, ama de casa, también tendrían que velar por sus otros tres hermanos menores: Cristian, Sergio y Lisdey.
Dos años después, con su pequeña ya en la guardería, retomó su propósito con más fuerza que nunca. Se presentó al Tecnológico de Antioquia (TdeA) y comenzó a buscar cómo financiar su educación. Entonces apareció la oportunidad que le cambió la vida. Se enteró de que la Alcaldía de Medellín otorgaba becas y créditos condonables por medio de Sapiencia, la Agencia de Educación Postsecundaria, a través del programa Fondos Sapiencia. Esta iniciativa, apalancada con recursos ordinarios y de Presupuesto Participativo, le permitió acercarse un paso más a su sueño de ser abogada.
Alexandra ingresó a la página web, investigó cada detalle, leyó las resoluciones, cumplió los requisitos, se postuló y, finalmente, fue seleccionada como beneficiaria. Gracias al crédito condonable, pudo iniciar su carrera de Derecho, ese sueño que había cultivado desde niña.
“Sin Sapiencia yo no hubiera podido ser profesional. Es que económicamente no me daba. Creo que me hubiera dedicado a trabajar y sacar adelante a mi hija. Si mucho de pronto ahorrar y sacar adelante una tecnología, pero sin esta entidad yo no hubiera podido lograr mi sueño de ser profesional”, aseguró.
Durante la carrera, Alexandra fue más que una estudiante ejemplar: se convirtió en un símbolo de esfuerzo y esperanza para quienes la rodeaban. Su disciplina la llevó a ser finalista en un concurso nacional de facultades de Derecho en Bogotá, y luego a representar a Colombia en un encuentro internacional en la Universidad de Alcalá, en España.
Culminó sus estudios con el mejor promedio de su cohorte y realizó su servicio social en la Facultad de Derecho y Ciencias Forenses del TdeA. Su pasión por las letras y la justicia la guiaron en cada paso.
“Siempre me apasionaron las ciencias sociales, leer, escribir, la historia. Derecho reunía todo esto. Además, todo el tema de los ideales de la justicia. Me parece que es un instrumento muy bonito para lograr materializar los derechos que tenemos, desde el colegio sabía que quería estudiar Derecho”, explicó sobre la elección de su carrera.
En marzo de 2025, se graduó como abogada. Ese día, las lágrimas fueron inevitables.
“Ser la primera profesional de la familia se sentía muy satisfactorio y para mi familia también. El día de los grados fue muy bonito. Mis papás emocionados llorando. Porque saber que uno viene del campo, desde chiquita tener que esforzarme tanto para estudiar, caminar una hora siempre para ir a estudiar, ser la mejor bachiller, saber que yo quería, que podía más, sí se pudo. Me enorgullece haberlo logrado”, recordó entre lágrimas y con la voz entrecortada.
Hoy, trabajaba en la misma universidad que la vio crecer como profesional, gracias a un convenio con la Secretaría de las Mujeres de Medellín, como auxiliar del Mecanismo de Defensa Técnica que acompañaba a mujeres víctimas de maltrato y acoso de todo tipo. Desde ese rol, reafirmaba cada día su compromiso con la justicia y con quienes, como ella, habían tenido que luchar contra las dificultades para salir adelante.
Alexandra, aquella niña campesina que bajaba por caminos de piedra para llegar al colegio, se convirtió en una abogada que inspiraba a su hija, a sus hermanos y a toda una generación de jóvenes a creer que los sueños, cuando se persiguen con disciplina y esperanza, sí se pueden cumplir.
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