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Esta historia nace en la sala de descanso de los conductores de la Terminal de Transportes de Medellín, al norte de la ciudad, dónde está ella, vestida de blanco, con su termo de tinto, una sonrisa y un saludo con voz tierna, cercana y familiar: “Mijo, ¿cómo le va?” así, con ternura y cercanía, Rubiela saluda cada día a los conductores que pasan por la sala. No solo atiende el lugar, también alegra el día de quienes se detienen un momento para ir a descansar.
En cada rincón deja rastros de cariño, risas compartidas y frases que reconfortan. Es de esas personas que no solo cumplen con su labor, sino que la llenan de sentido y humanidad. Para algunos, es la mano amiga que saluda cada mañana; para otros, la palabra que alienta en los días difíciles. Y para la mayoría, un corazón inmenso que late al ritmo de la Terminal del Norte, como si cada espacio fuera parte de su hogar y cada conductor, parte de su familia.
En las terminales, cerca de 1500 conductores, pertenecientes a 76 empresas transportadoras, son mucho más que transportadores de pasajeros. Ellos hacen posible la conexión con 176 destinos, convirtiéndose en el motor que mueve historias, sueños y encuentros, y en la esencia que mantiene viva la operación día tras día: son el motor que mantiene viva la operación. Su labor implica largas jornadas, concentración y un compromiso constante con la seguridad y el servicio.

Por eso, contar con un espacio adecuado para descansar, compartir un juego o acceder a servicios de calidad como baños y zonas de comodidad, se convierte en un refugio necesario. Allí no solo recargan energías, también encuentran a alguien que hace especial ese rincón, que les recuerda que son valorados y que cada pausa puede sentirse como un abrazo al alma.
María Rubiela Gómez García, más conocida como Doña Rubi, nació en 1961 en el municipio de Barbosa, Antioquia. Este rincón del norte del Valle de Aburrá la ha visto crecer, trabajar y construir lo más valioso de su vida: su familia. Tiene dos hijos y cinco nietos que, aunque no viven con ella, sabe que, cuando sus fuerzas se acaben o necesite compañía, tendrá un hogar al que llegar. Pero, por ahora, elige la serenidad de su espacio que es un lugar modesto pero suficiente para vivir en calma.
Durante varios años, su vida laboral transcurrió en una pequeña microempresa donde, aunque el trabajo era constante, las garantías eran escasas. ”No había seguridad social, ni respaldo para que el empleado pensara en un futuro, sólo la certeza de cumplir cada día con la jornada”, pero, a pesar de eso, siempre entregó lo mejor de sí y aprendió a sortear los retos, manteniendo la esperanza de encontrar algo más estable.

El 16 de febrero de 1984, en el barrio Caribe, se levantaron los cimientos de lo que hoy conocemos como la Terminal del Norte de Medellín, un punto de encuentro que nació sobre un lote de 20 hectáreas y 35 000 metros cuadrados de área construida. Cuatro décadas después, sus pasillos han sido testigos de incontables historias, pero entre todas ellas se guarda una muy especial: la de Rubí. El 12 de octubre de 2012, justo un día antes de cumplir 51 años, recibió la llamada que le cambiaría la vida. A través de la empresa Telesai ingresó al equipo de oficios generales en el área de baños, donde encontró no solo un trabajo, sino también un lugar para crecer, sentirse respaldada y proyectar un futuro más seguro. “Pensé que no iba a ser capaz”, recuerda con una sonrisa que mezcla nostalgia y orgullo al evocar aquel primer día, aunque pronto descubrió que sí podía hacerlo, sobre todo a su manera: con amor y dedicación.
Hoy, forma parte de ese grupo de personas que trabajan tras bambalinas para que todo luzca limpio, ordenado y agradable. Una ocupación poco reconocida y, muchas veces, carente de gratitud. Sin embargo, es gracias a manos como las suyas que la experiencia de quienes pasan por las terminales resulta más cómoda y acogedora principalmente para los usuarios que las visitan, pero también para quienes trabajan allí: conductores, personal operativo, taquilleros y demás empleados. Ella no busca aplausos, pero sí pone el corazón en cada espacio que arregla, porque sabe que su labor es parte invisible de un engranaje importante.
Si hay algo que hoy le genera dificultad en su labor, es la tecnología. En los baños deben usar dispositivos móviles para registrar las ventas por servicio y producto vendido, algo que para ella resulta complicado. “No soy capaz con eso”, admite con franqueza, pero agradece que sus supervisores la ubiquen en lugares donde pueda desempeñarse sin tantas herramientas digitales.
Aun así, siempre que la llaman para apoyar, acude con disposición. Por eso, cuando llegan compañeras nuevas, les comparte un consejo sencillo pero profundo: “Hagan todo con amor y verán que serán capaces”. Y es que, para ella, si fue posible superar lo que en un principio creía difícil, cualquiera puede lograrlo. Y si puede ayudar, ahí estará.
En sus años en la Terminal del Norte, Doña Rubí no solo ha trabajado; también ha tejido lazos que trascienden lo laboral. Entre ellos guarda en su memoria a Claudia Quintero, compañera y amiga entrañable con quien compartió innumerables momentos: la ruta de Medellín a Barbosa, desayunos con café y buñuelos antes de iniciar el turno, y conversaciones que aliviaban cualquier cansancio. Claudia, una mujer de espíritu fuerte, batalló contra el cáncer y, aunque hace tres años falleció, nunca se fue de su corazón. La recuerda con gratitud y afecto, con la certeza de que esas amistades dejan huellas que el tiempo no borra.
Y es que la Terminal, bautizada en honor a Mariano Ospina Pérez, no solo ha sido un punto de encuentro y oportunidades para Doña Rubí y los suyos; también se ha convertido en un nodo de conexión, aquí confluyen viajeros que parten hacia los pueblos del norte y oriente antioqueño, hacia las playas del Caribe colombiano o hacia la capital del país.
Otra historia que recuerda con felicidad ocurrió con un conductor que, al llegar, la saludó con un cariñoso “Hola, ma”. Ella, sin pensarlo, le respondió: “Hola, hijo” como suele hacerlo con regularidad cuando saluda a cada conductor. Poco después, otro joven conductor le preguntó si realmente era su mamá. Él, con una sonrisa, respondió que sí, aunque no exista un lazo de sangre. Lo dijo porque así lo siente. Y no es el único, muchos conductores ven en Doña Rubí esa figura de hogar, la representación fiel de una madre que cuida, ama y pone en oración a sus “hijos”, ella es un abrazo en medio de las largas jornadas de trabajo.
Esa calidez con la que recibe a todos no es fruto de una vida sin desafíos. Detrás de su energía y de la sonrisa que regala cada día, Doña Rubi convive con dos diagnósticos que la acompañan desde hace años: fibromialgia y artrosis, que provocan dolores constantes en músculos y articulaciones. Aun así, lejos de rendirse, ha encontrado en su labor una fuente de ánimo y sentido. “Si yo me voy de la Terminal, me enfermo más. Este lugar y su gente me hacen bien. Aquí me siento útil y querida”, afirma con convicción.
Con la simpatía que la distingue, ella siempre encuentra el momento para dejarles a los conductores unas palabras que les reconfortan el alma. Se acerca con una sonrisa y, con ese tono cariñoso que la hace tan especial, les dice: “Sigan con esos ánimos y esa valentía. Yo sé que muchas veces les faltan al respeto, pero ustedes siguen firmes y echados para adelante. Para mí, son una bendición”. En su voz se siente la sinceridad de quien no solo los admira por su labor, sino que los quiere como a su propia familia.
Está a punto de culminar su etapa ocupacional, ella empieza a cerrar capítulos. Más que un adiós a su empresa Telesai, es una despedida de todo lo que marcó su paso por la Terminal del Norte: sabe que pronto llegará el cierre de esta etapa, pero por ahora se dedica a vivir plenamente lo que ha construido: los caminos que ha recorrido, las amistades que conserva, aquellas que partieron dejando recuerdos imborrables como su amiga entrañable, los rostros que vio llegar y marchar, y las historias que llevará consigo.
Su sonrisa, sus palabras oportunas y su manera de hacer sentir a todos como en casa quedarán grabadas en la memoria de quienes compartieron con ella.
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