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Mariposas, árboles y dibujos: así se cultiva la vida en el barrio La Aurora de Medellín

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Medellín en Historias | Secretaría de Medio Ambiente | Unidad Administrativa Especial Buen Comienzo
Por: Textos y fotos: Hernán Muñoz. Editor: Alonso Velásquez Jaramillo. |

El viento de la mañana agitaba las hojas del viejo Arizá, ese árbol generoso que custodia la entrada del Jardín Infantil Buen Comienzo del barrio La Aurora, en lo alt...

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  • El viento de la mañana agitaba las hojas del viejo Arizá, ese árbol generoso que custodia la entrada del Jardín Infantil Buen Comienzo del barrio La Aurora, en lo alto del corregimiento San Cristóbal. Desde allí, Medellín se deja ver con humildad, recostada entre montañas. El metrocable cruza el cielo como un suspiro lento y todo lo que ocurre abajo, las voces de los niños, los pasos suaves de las profesoras y el murmullo de las plantas parecen formar parte de una coreografía invisible.

    Ese jueves no fue un día cualquiera. En ese lugar lleno de ternura, los niños no fueron a clase: fueron a encontrarse con la tierra, a celebrar el Día Mundial del Medio Ambiente con las manos, los sentidos y el corazón despierto.

    Todo empezó en ese lugar que respira esperanza. El equipo docente, liderado por Dahiana Arango, se movía entre ellos con la paciencia de quien cuida lo más delicado del mundo. El amor se notaba sin esfuerzo, en cómo se agachaban a su altura, en cómo los miraban y en cómo dejaban que fueran ellos quienes tocaran primero las plantas.

    Una mañana de algo más que siembras

    Los jardineros del Jardín Botánico de Medellín llegaron con veinte árboles listos para ser sembrados. Pero no trajeron solo árboles, también historias y canciones. Conversaban con los niños de la misma forma que se le habla a una semilla, con respeto, dulzura y la confianza en un milagro.

    Imagen foto 1-min Medellín

    Cada rincón del Jardín Infantil Buen Comienzo del barrio La Aurora parecía haberse preparado para esa mañana. En el centro, el mariposario abría sus puertas como un corazón palpitante; las mariposas, tímidas y frágiles, se movían despacio, apenas respirando el mundo por primera vez. Allí estaba Robinson del Río, biólogo y narrador de maravillas. Les hablaba a los niños de cómo se transforma la vida por dentro antes de volar. No usaba tecnicismos, su estrategia era hablar con amor; él usaba su voz para contar lo que el silencio también dice. Algunos niños no preguntaban nada, solo miraban, como si entendieran que el milagro no necesita explicación.

    El recorrido tenía seis estaciones. En cada una, los niños encontraban una forma distinta de acercarse al mundo natural. En la estación de juegos ambientales, lanzaban dados, saltaban sobre tapetes, competían por separar bien los residuos. Se reían, pero aprendían. Entendían que tirar una botella al lugar correcto también puede ser un acto de amor.

     

    Imagen BUEN COMIENZO HERNAN-12-min Medellín

    Las manos pequeñas sembraban plantas con cuidado, como si supieran que de cada brote depende algo más grande que ellos. Lo hacían en silencio, con la seriedad que solo los niños pueden tener frente a lo que les importa. En otra estación, los juegos hablaban del cuidado de los animales de compañía.

    Jerónimo y Madelyne

    Jerónimo fue uno de los protagonistas de la jornada. Un niño delgado, con el cabello revuelto y una forma de hablar entrecortada y sincera. Dibujó un gato. No un árbol, no una flor, no una mariposa. Un gato. “Porque son lindos”, dijo cuando le preguntaron por qué. Le gustó el mariposario, las tarjetas con flores, el dado que lanzaban para avanzar sobre el tapete. “Jugamos con las tarjetas… había flores moradas”, contaba. Y luego, como quien recuerda algo muy importante, añadió: “Estábamos ganando en el tapete”.

    Jerónimo no hablaba mucho, pero cuando lo hacía, era como si nombrara el mundo de nuevo. A su lado, Violeta miraba sin prisa cada hoja; Sebastián corría de estación en estación con la emoción de quien está descubriendo la selva; Madelyne sembró una planta y la acarició como si pudiera sentir. Cada niño vivió el día a su manera, pero todos sembraron algo más que árboles, sembraron memorias.

    El jardín es un lugar hermoso. No solo por su vista, ni por su diseño circular alrededor del mariposario, ni por sus colores. Es hermoso porque respira, porque se deja habitar por la vida, porque es una escuela donde el currículo se mezcla con el agua, el barro y la luz. Allí, la naturaleza no es una lección: es una experiencia.

    Imagen niños jugando foto 3-min Medellín

    El secretario (e) de Medio Ambiente, Esteban Jaramillo Ruiz, estuvo presente. Habló con los niños como se debe hablar con ellos, sin subestimarlos. Les habló de cuidar la vida, de respetar la tierra, de sembrar no solo árboles sino conciencia. No fue un discurso, fue un gesto y los niños lo entendieron mejor que muchos adultos.

    Un árbol sembrado es una promesa

    Cuando terminó la jornada, quedaban dibujos colgados, regaderas vacías y zapatos sucios; también quedaba algo invisible: una certeza compartida. Que lo que se cuida desde la infancia nunca se olvida, que un árbol sembrado por un niño no es solo un acto simbólico, es una promesa.

    Desde lo alto de La Aurora, Medellín sigue sembrando árboles, sí, pero también sensibilidad, ternura y respeto por la vida.

    Imagen niños trabajando foto 4-min

    La Alcaldía de la Gente cultiva en sus niños y niñas algo más profundo que una planta, cultiva el amor por la naturaleza, por lo vivo y por todo lo que necesita tiempo, cuidado y manos pequeñas para crecer.


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