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Cómo atender el maltrato infantil

Victoria Eusse Bernal. Médica cirujana. Pediatra con subespecialización en niños con énfasis en trastornos cognitivo comportamentales y neuropsicología

Todos los profesionales relacionados con el diagnóstico del maltrato infantil deben tener un trato digno, respetuoso y sensible con los afectados, así como una actitud neutral, sin expresión de juicios de valor o comentarios acerca de lo sucedido. Deben expresar comprensión por la magnitud y trascendencia del daño sufrido por el niño, la niña o el adolescente. 

Es muy importante que el niño se sienta acogido desde que ingresa a los servicios de salud, y que la atención clínica sea lo más inmediata posible. Es necesario crear una atmósfera de confianza y respeto en la que la persona se sienta escuchada, comprendida y respetada; para lograr esto se requiere un tiempo mayor que el estipulado para otros motivos de consulta. 

Los profesionales encargados deben mostrar actitudes verbales y corporales acogedoras, y animar de manera cuidadosa al consultante a hablar sobre lo ocurrido. Durante la entrevista, es importante permitir que la persona exprese sus sentimientos y emociones.  

Hay que estar atentos, demostrar capacidad de escucha, y aceptar que el afectado tenga sentimientos contradictorios y variados (impotencia, vergüenza, miedo, rabia, culpa). 

Para facilitar este proceso el lenguaje debe ser sencillo y claro, alentando a la persona a hablar no sólo de lo que le ha pasado sino también de lo que siente. Pueden mencionarse algunos sentimientos, señalando que son frecuentes cuando se ha sufrido episodios de violencia. Sin sentirse presionada, la persona debe saber que es beneficioso para ella expresar sus sentimientos y el dolor que le produce haber vivido la situación de violencia. 

Una vez lograda la comunicación y la expresión emocional, es importante favorecer en la persona un proceso de fortalecimiento de sus propias capacidades, identificando, respetando y valorando las habilidades y los recursos que puso en acción para enfrentar la situación de violencia, aunque ésta, finalmente, haya ocurrido. También hay que valorar explícitamente el hecho de que la persona haya buscado ayuda, y preguntar sobre los recursos que tiene para mejorar en el futuro, ayudándole a ordenar la información para que tome decisiones. 

Este contacto inicial debe permitir la evaluación de las dimensiones del problema y de la situación de riesgo en que se encuentra el niño, la niña o el adolescente, especialmente cuando esta situación se ha dado en un contexto de violencia o abuso sexual intrafamiliar o por un conocido.

Se debe informar al adolescente, o a la persona que lleva al niño a la consulta, sobre el riesgo que corre, y analizar con ella las posibilidades concretas de que el agresor se le acerque y de las probables medidas de protección a su alcance: lugar alternativo, medidas de seguridad, acompañantes, denuncia, etc. 

El primer paso para ayudar a los niños que han sido víctimas de abuso o negligencia es reconocer los indicios del maltrato en ellos. La presencia de un solo indicador no es prueba suficiente de que haya ocurrido el abuso en una familia, pero vale le pena evaluar la situación si estos indicios aparecen con frecuencia o en combinación. 


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