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Medellín ha tenido tantos cambios en su historia, que a veces parece una ciudad diferente en cada década. Pero si algo permanece es la manera en que sus habitantes cuen...
Medellín ha tenido tantos cambios en su historia, que a veces parece una ciudad diferente en cada década. Pero si algo permanece es la manera en que sus habitantes cuentan lo que viven. Por eso, al finalizar los 21 encuentros Conversar para Transformar, queda claro que la ciudad solo puede planearse cuando se escucha. Las comunas y corregimientos hablaron desde su memoria, sus necesidades y sus sueños, y dejaron en evidencia lo que esta revisión del Plan de Ordenamiento Territorial, POT, se propuso ser desde el principio: la más estudiada, más conversada y socializada que haya tenido nuestra capital.
Luis Guillermo Sánchez, habitante de 81 años del barrio Laureles, recuerda una ciudad que se movía a otro ritmo: “Medellín se caminaba”, dice, evocando calles de tierra, quebradas abiertas y casas bajas donde los vecinos se conocían por nombre. Ese recuerdo no es nostalgia gratuita: es un punto de referencia para entender cuánto ha cambiado la ciudad y cuánto debe cuidarse para que ese vínculo entre espacio y comunidad no se pierda del todo.
A partir de esa memoria mayor, comenzaron a desplegarse las voces de los encuentros. En cada una de las 16 comunas y los 5 corregimientos, la metodología de Conversar para Transformar abrió un camino claro: nivelar conceptos, socializar los hallazgos de la etapa de diagnóstico y, sobre todo, construir propuestas en diálogo directo con la ciudadanía. Y fue allí, en ese intercambio sincero, donde aparecieron los testimonios que hoy dan fe del proceso.
En el corregimiento Altavista, Fredy Loaiza lo resumió con una frase que se volvió símbolo del encuentro: “Estamos plasmando cómo nos soñamos nuestro territorio a doce años…se ve fácil, pero no lo es”. Su preocupación es la misma que atraviesa todo el borde rural: proteger las zonas de reserva y evitar que la construcción avance donde el agua nace. “Somos ricos en fuentes hídricas; hay que cuidarlas”, insistió. Y añadió otro tema crítico: la movilidad, “esta es tan limitada que uno se agacha a amarrarse el zapato y se tranca todo el corregimiento”.
A su lado, María Flora Alba Loaiza agregó un matiz técnico y comunitario: “Somos cuatro microcuencas que no se comportan igual; el POT debe pensarse de cuatro maneras”. Su llamado es pedagógico y contundente: planear desde la particularidad del territorio, no desde la uniformidad.
En las veredas, las voces se movieron entre lo ambiental, lo patrimonial y lo identitario. Mariano Rengifo del corregimiento San Sebastián de Palmitas pidió algo que también es planeación: “Conserven las casas viejas; que las mejoren, sí, pero que no lleguen a tumbarlas para hacer cosas nuevas”. Es una defensa de la memoria física del territorio y, al mismo tiempo, un reclamo frente a la presión por el uso del suelo que sienten los corregimientos.
De igual manera habló de un riesgo silencioso: la pérdida del relevo generacional. “Hay que conservar lo campesino… pero los jóvenes se van a Medellín”, dijo. Y su propio testimonio es prueba de transformación: “Me dediqué a quejarme… y un día dije: no puedo seguir así. Estos son los espacios donde se encuentran las soluciones”.
En el corregimiento Santa Elena, al oriente del Distrito, la conversación tomó un tono patrimonial y comunitario. Berta Uriel Sarte, recordó que “somos casi la quinta generación en este territorio”, y que la planeación debe reconocer una verdad simple: sin dignidad para quienes habitan el territorio, ninguna norma funciona.
En la Comuna 10 —La Candelaria—, donde Prado es uno de sus barrios emblemáticos, se concentra buena parte de los retos y aspiraciones de la Medellín urbana. Desde allí, Luz Miriam Naranjo lanzó una alerta que sintetiza una preocupación mayor: “Los bienes culturales están sin vigilancia… y se deterioran frente a nosotros”. Su llamado al control patrimonial revela la necesidad de proteger la historia construida en medio del dinamismo del Centro.
En esa misma línea, Edgar Monsalve, líder comunitario del sector, fue contundente: “El Centro no solo necesita normas, necesita cuidado. El espacio público, los inquilinatos, la seguridad… todo eso debe ordenarse para que podamos vivir mejor”. Juntas, estas dos voces del corazón de Medellín expresan lo que la ciudad consolidada pide con urgencia: orden, cuidado y una mirada integral que garantice dignidad y equilibrio en el territorio donde todo converge.

Y las juventudes también dejaron su huella. Valeria Vallejo, de Buenos Aires, celebró sentirse parte de las decisiones: “Todos podemos participar… estos espacios son fundamentales para el desarrollo del territorio”.
Cada una de estas voces, y las decenas que no caben en una sola crónica, dan cuenta de un proceso que no fue solo participativo: fue responsable, riguroso y profundamente humano.
En estos 21 encuentros se entregaron los hallazgos técnicos de la etapa de diagnóstico; se resolvieron dudas; se trabajó con diferentes herramientas pedagógicas y tecnológicas; se discutieron conflictos de uso del suelo, riesgos, corredores verdes, movilidad, patrimonio, vivienda y equipamientos; y finalmente, se recogieron propuestas claras, contextualizadas y viables para cada territorio.
Lo que queda ahora es más que un registro: es una guía para la formulación del POT, construida desde la conversación. Una formulación responsable, porque parte de evidencia técnica; participativa, porque nace de las 21 comunidades;
y conversada, porque cada decisión dialoga con quienes viven el territorio.
Hoy cerramos un ciclo de encuentros, pero abre otro más profundo: el de convertir estas voces en líneas normativas, en proyectos y en apuestas de ciudad. Porque Medellín, como dijo uno de sus líderes, “solo cambia cuando dejamos de quejarnos y empezamos a conversar”. Una ciudad no se transforma solo desde los planos; se transforma desde las palabras.

Y en esta revisión del POT, Medellín eligió escucharse. Eligió conversarse para transformar.