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Agente de Tránsito

El Corazón Azul de Medellín: La Historia de John Jairo Vélez

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Secretaría de Movilidad

Como buen apasionado, es madrugador; suele llegar de primero e irse de último. El amor por lo que hace lo refleja a través de su sonrisa y de su experiencia dan fe la s...

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  • Como buen apasionado, es madrugador; suele llegar de primero e irse de último. El amor por lo que hace lo refleja a través de su sonrisa y de su experiencia dan fe la seguridad y decisión de sus palabras. Aunque exigente, nunca ignora el lado humano.Incluso, cree profundamente que potenciando las habilidades del ser, se pueden lograr grandes cambios y que es mejor orientar desde el respeto que desde el miedo. Ese es John Jairo Vélez, Subcomandante de la Secretaría de Movilidad de Medellín; un hombre imponente, pero noble y amigable que, con su historia, contada primero desde el lado más íntimo, como lo haría él, nos demuestra cómo se porta con orgullo el uniforme azul. 

    Raíces. 

    En su casa nunca reina el silencio. Sería imposible hallarlo en un lugar donde conviven 14 personas, todos miembros de una familia que comparte bajo las premisas del amor, la abundancia y el respeto. Y eso, sin contar las visitas de amigos o vecinos, que convierten la casa de John Jairo en el mejor cuadro antioqueño: una casa grande, de esas que ya no se ven, con personas en las ventanas, saludando a lo lejos, y dejando salir a flote la calidez y tradición del buen paisa.

    El uniforme.

    Del colegio militar solo conserva la firmeza en sus principios y la disciplina; sin embargo, el uniforme no podía ser otro que el de Agente de Tránsito, traje que conocía de cerca, que le era familiar y que su tío portaba con orgullo. Y es que seguir sus pasos, fue su anhelo desde niño, por eso, no importó cuántas veces le dijeran no; crecer inspirado por las consignas que el azul representa, lo mantuvo en pie para conquistar su sueño e ingresar al cuerpo de agentes de Medellín el 3 de febrero de 1986. 

    El primer comparendo.

    Temblando, inseguro y nervioso. Así se recuerda al momento de imponer su primer comparendo en la carrera 51 con calle 53, Bolívar con Greif. Esa noche estaba acompañado por otro Agente al que le decían Cacerolo, su gran apoyo durante aquellos primeros días. ¿La conducta a sancionar? sobrecupo, algo muy habitual en los años 80. 

    Las “puchas”.

    Entre el 87 y el 90 llegaron a Medellín las “puchas”, unas estructuras elevadas donde el Agente pasaba todo el día de pie regulando el tráfico. “Gracias a Dios ya no existen” dice entre risas, porque allí todo era extremo: el polvo, el calor y el frío. Aunque si algo hay por rescatar, es que en ese entonces el carácter se forjaba con esfuerzo; así, ser ejemplar no era una opción, era la regla.

    Así como llegaron las “puchas” llegó la guerra y los agentes no quedaron al margen. John Jairo recuerda, con bastante precisión, aquella noche que tuvo que pasar atrincherado en una casa aledaña a un CAI por amenaza de bomba. Y es que en estos comandos siempre estaban asignados dos agentes, dos policías y dos funcionarios del DOC (Departamento de orden ciudadano); sin embargo, años más tarde, estos  fueron relevados y volvieron a su labor en las vías.

    Guabinas, pasillos, currulaos.

    Viajando en carro hacia Urrao con su tío y su abuelo Marco Tulio, el abuelo solía tirarle el pelo hacia atrás y recorrer la cabeza de John Jairo, desde la frente hasta la coronilla, haciendo surcos de cabello mientras él cantaba. Fue allí, entonces, donde descubrió su talento. No cantaba por cantar, tenía una voz de artista y Marco Tulio vaticinaba que sería uno de los grandes. 

    Como él, dentro del cuerpo de Agentes había más hombres y mujeres marcados por la música, tanto así que formaron un grupo de danza y se presentaron en importantes eventos de la ciudad. Años más tarde formaron la Orquesta Son Azul, en la cuál John Jairo empezó cargando morrales y equipos, para terminar convirtiéndose en la voz principal. 

    El Subcomandante.

    A pesar de su trayectoria como supervisor, los nervios se hicieron presentes. Cuando le informaron que debía asumir este rol, no durmió durante las dos primeras noches. Sin lugar a dudas, era una responsabilidad mayor. Por fortuna, el sentido de pertenencia superó al miedo y hoy se destaca por su orden y cercanía; pero sobre todo, por exigir desde el amor y la escucha. Además, a pesar de que su rol es bastante administrativo, a John Jairo le gusta salir a “dar vuelta”. Así, se empapa de la calle, sabe cómo van los agentes y encuentra oportunidades de mejora para su gestión. 

    El ciudadano. 

    La única manera de acallar la mente y pensar en otras cosas es el ejercicio. Como buen deportista también va al gimnasio, va de norte a sur en bicicleta y hace caminatas de 25 a 30 kilómetros. Atraviesa Medellín como peatón revisando que todo esté en orden, le gusta vivir la ciudad de una manera distinta cada día, tener otra perspectiva de cómo se mueven las personas, los carros, las motos y  las bicicletas. Ser un ciudadano común es su mejor terapia para descargar el estrés y volver a empezar. 

    Y aunque su historia, cuesta resumirla, podríamos decir que John Jairo Vélez personifica la pasión, la disciplina y el compromiso con esta institución. Pero, sobre todas las cosas, que su historia refleja la importancia de encontrar un equilibrio entre servidor público y ciudadano del común, pues solo así es posible servir con orgullo y humanidad en su amada Medellín.


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