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«Nuestro trabajo es arriesgado, pero nos llena de orgullo»

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  • Foto: «Nuestro trabajo es arriesgado, pero nos llena de orgullo».

    Fotógrafo: Foto Alcaldía de Medelllín

    2021-03-29

    «Nuestro trabajo es arriesgado, pero nos llena de orgullo»

    Por Empresa de Desarrollo Urbano

    A 40 metros bajo tierra la vida se ve distinta. Cualquier paso en falso, cualquier error milimétrico podría tener un desenlace fatal. Mientras más ágil sea la labor, más rápido se podrá volver a la superficie, donde se está sano y salvo, donde se respira mejor; pero el afán puede poner en riesgo la vida. Enrique Mosquera lo sabe y por eso trabaja con la única persona en el mundo en la que confía ciegamente: su hermano Víctor. 

    Enrique es pilero, excava manualmente y construye los cimientos de las obras de infraestructura. A esa labor, que requiere fortaleza física y mucho cuidado, se ha dedicado desde hace 27 años, cuando llegó a Medellín desde su natal Istmina (Chocó) persiguiendo el sueño de tener un trabajo estable y una vida más tranquila, tal como lo había hecho su hermano años atrás. En este par de décadas ha recorrido Antioquia ayudando a construir puentes, túneles y vías, pero reconoce que nunca ha estado tan feliz como desde hace tres meses, cuando empezó a trabajar en el intercambio vial de la calle Colombia con la avenida 80 que construye la EDU, pues la obra es cerca a su hogar y ahora tiene más tiempo para compartir con su esposa y sus tres hijos. 

    “Nosotros somos gente del campo, nos criamos allá y a medida que uno ve que los amigos con los que creció se van yendo a las ciudades, siente que se va quedando solo y también está la necesidad de progresar. Cuando llegué a Medellín no fue fácil. Vine donde una tía, a la misma casa a la que había llegado mi hermano y él aún no había podido encontrar trabajo después de un año. En esta ciudad nadie nos conocía, estábamos nulos. De lo único que los dos sabíamos era de construcción y, después de mucho intentar, encontramos un empleo en esta actividad de pileros y a eso fue lo que nos dedicamos”. Cuenta Enrique. 

    La labor que ambos desempeñan es fundamental para estructuras que deben soportar grandes cargas de peso. Consiste en excavar los sitios donde irán las pilas o cimientos. Un topógrafo determina la ubicación y la profundidad a la que debe ir cada pila y, con esa información, los pileros sacan la tierra metro a metro, construyen la formaleta de acero que le da forma y vacían el concreto. Siempre se trabaja en parejas, porque mientras un obrero está en la profundidad excavando y poniendo la tierra y la piedra en recipientes para sacarla; otro está en la superficie halando esos recipientes, operando y cuidando la línea de vida que sostiene a su compañero. 

    Por eso, Víctor señala que es indispensable establecer entre compañeros una profunda relación de confianza: “Nosotros hemos trabajado juntos toda la vida, con algunas excepciones y, aunque es normal que existan roces, al momento de trabajar uno tiene que estar por encima de eso”, mientras que Enrique explica que los malos entendidos pueden surgir, generalmente, por el tiempo, puesto que: 

    “Uno recibe el pago por cada metro construido de pila, entonces uno programa su sueldo de la quincena, distribuye el trabajo, sabe qué días puede salir temprano o cuándo le toca quedarse una hora más, pero puede dar con un compañero con el que no se entienda en ese sentido. Si uno llega a trabajar juicioso; pero el compañero no llega o llega tarde, pierde pasajes, pierde tiempo y se desajusta la plata que va a recibir después”. 

    Enrique detiene su relato por un instante, respira profundo, mira a su hermano y luego suelta la frase, como si le pesara: “Este trabajo es muy arriesgado, yo estuve al borde de la muerte hace dos años por una situación así”. 

    Era marzo de 2019, Enrique y Víctor trabajaban en una obra vial en Bolombolo; pero no juntos en la misma pila. El día había amanecido premonitoriamente gris y Enrique tenía otro compañero con el que las cosas no iban bien. 

    “Había llovido mucho, había mucho pantano y en el turno de la mañana se nos fue todo el tiempo sacando agua de la excavación. Yo me empecé a desesperar porque eso nos retrasaba y sentí que mi compañero estaba relajado, que no se apuraba a sacar el agua rápido para poder seguir haciendo la pila”. 

    Antes de almorzar, discutieron: 

    “Ya en la tarde, yo estaba tan ansioso, tan apurado, que me puse el arnés y decidí bajar solo a la excavación sin avisarle a mi compañero. La pila ya tenía 19 metros de profundidad. Y por ese mismo afán, yo no enganché bien a la soga los dos tarros en que iba a subir la tierra y cuando ya estaban llegando casi hasta la superficie, se soltaron. Solo recuerdo sentir un golpe muy fuerte en la cabeza y después, todo se quedó oscuro”. 

    Víctor recuerda que cuando vio que varios compañeros se aglomeraron alrededor de la pila en la que estaba su hermano, sintió que se le reventaba el pecho. 

    “Sin saber que él se había accidentado, en mi corazón sentí como una estaca y cuando ya vi que era mi hermano el que estaba allá, de la angustia que me dio ya no podía hablar, no podía ni moverme, me dio como una tembladera, no era capaz de nada, solo me salió gritar y gritar con los ojos llenos de lágrimas”. 

    A toda velocidad, la ambulancia tomó la vía que conduce a Medellín. Víctor se sentó en la parte de adelante, junto al conductor, desde allí alcanzaba a escuchar lo que ocurría en la parte trasera, donde su hermano yacía inconsciente. 

    “Se nos va, este man se nos va”, gritó un paramédico cuando el vehículo ya iba cerca a Titiribí. “Ese fue el momento más duro, yo creí que mi hermano no iba a llegar vivo a Medellín. Justo ahí prometí que en adelante siempre lo iba a cuidar”, acota Víctor. 

    Por fortuna, Enrique se recuperó rápido: “A los 40 minutos recuperé el conocimiento y cuando me llevaron al hospital, me hicieron radiografías y estaba totalmente limpio, no tuve ni una sola fractura, no me quedaron secuelas, nada de nada”. Por eso ambos, hoy agradecen a Dios y a la vida poder trabajar en una obra en la que cuentan con todos los elementos de protección personal y en la que se sienten seguros. “Aquí todo es muy vigilado para prevenir cualquier error. Nos proporcionan todo lo necesario y nos supervisan para evitar riesgos”, menciona Víctor. 

    Ambos se sienten tranquilos de contar el uno con el otro y se muestran orgullosos de trabajar en el intercambio vial de la avenida 80 con la calle Colombia, una obra que abrirá paso al nuevo metro y que traerá más desarrollo a Medellín. Para Víctor: “lo bonito de esto es que la gente valora lo que uno hace. Cada vez que uno dice que trabaja en esta obra, la gente la identifica”. 

    Hoy sueñan con volver a Istmina y recorrer aquellas calles en las que tuvieron una infancia feliz a pesar de las dificultades. En palabras de Enrique: 

    “Es difícil, yo no voy desde 2013 porque la parte económica juega mucho, uno recibe la quincenita y ya la tiene planeada para una cosa y la otra. Los ahorritos que uno logra durante el año son para comprar los muebles, para meterle a la casa, pero no para uno irse a gastar plata en Istmina, ya uno no piensa así. Además, ya me siento paisa por adopción. Pero claro, la tierra hace falta”.

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