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Más de 20 años unidos por el amor y con el reciclaje como testigo

Más de 20 años unidos por el amor y con el reciclaje como testigo

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Gerencia Étnica | Secretaría de Medio Ambiente
Por: Marcelo Montoya Acevedo – Editor:   Fredi Arboleda |

Óscar y Dilia encontraron en el reciclaje su lugar en la vida. El amor que los ha unido, a través de los años, florece con cada amanecer. Don Óscar tiene en la sangre...

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  • Óscar y Dilia encontraron en el reciclaje su lugar en la vida. El amor que los ha unido, a través de los años, florece con cada amanecer.

    Don Óscar tiene en la sangre y en su cuerpo el trabajo de casi toda una vida; fue por eso que en el camino se encontró hace 24 años con Dilia, una mujer de la comunidad Embera Katío a la que le sobran ganas para laborar. Ambos han dedicado años a forjar un porvenir y unos sueños, sin importar las luchas, las madrugadas, los cansancios, el “cambuche” y la fuerza que hayan tenido que emplear para lograrlo.

    Se conocieron a orillas del río Medellín, en el barrio Moravia, muy cerca de la capilla, en donde Óscar Arturo Espinal Madrigal tenía su casa de madera y plástico y en la que, sin pensarlo, estaba el espacio para Dilia Cacique Valencia, la mujer que se convirtió en su compañera de vida.

    Unas cuantas cervezas y unas cuantas tardes de sábado fueron suficientes para que esta pareja se enamorara.

    Yo iba a la casa de la vecina. Ella vendía, allí, el trago; entonces, yo me sentaba en una silla a echar carreta con quienes estuvieran. Creo que de esa forma fue que me le metí a Dilia, incluso sin proponérmelo. Hasta que un día, después de varios encuentros, ella se apareció con la maleta y nos fuimos a vivir juntos”, cuenta Óscar, con una sonrisa que le abarca todo el rostro.

    Dilia, antes de convertirse en recicladora, trabajó en muchas casas de familia haciendo aseo y cocinando, y fue así como inició su vida citadina, luego de abandonar su comunidad indígena -por culpa de la violencia que se ha empecinado con Colombia- ubicada a orillas del río Tarena, en su natal Tadó, Chocó, en donde nació hace 53 años.

    Óscar, entre tanto, arribó hace casi 50 años a Medellín, proveniente de Caucasia, un pueblo ganadero, minero y de pescadores en el Bajo Cauca antioqueño. Llegó a la ciudad buscando la suerte, la misma que tuvo por varios años como “palero”, cargando volquetas con escombros y material que sobraba de las obras de construcción.

    Hoy, a sus 69 años, a este hombre no se le nota cansancio en su cuerpo; tiene fibra y madera fina, así haya padecido tres infartos y lleve consigo un marcapasos.

    Más de 20 años unidos por el amor y con el reciclaje como testigo

    Más de 20 años unidos por el amor y con el reciclaje como testigo – Foto Alcaldía de Medellín

    La salud y el reciclaje

    La vida da oportunidades maravillosas. El amor y la enfermedad los unió como recicladores y como pareja de enamorados que han disfrutado, por casi 25 años, de las correrías en el barrio, recolectando material aprovechable.

    Luego de que la muerte rondara a Óscar y le hiciera el primer anuncio con un infarto, Dilia supo que debía estar más cerca de él y mirar cómo salir adelante con los sueños ya trazados, con la vida y el empleo; entonces decidió que el reciclaje era una salida propicia y sostenible.

    Todo lo que otros desperdiciaban, Dilia lo recogía en sus costales y lo transformaba en ganas y necesidad. Empezó sola: “Lo que yo acumulaba, de inmediato, lo vendía”, cuenta con ese entusiasmo que le genera trabajar. Cada día, su amor por reciclar y encontrar residuos aprovechables la fueron metiendo en un mundo de protección y respeto por el medio ambiente.

    Por eso, cuando Óscar salió del Hospital San Vicente, ella no tardó en pedirle que le construyera un carro de rodillos que se adecuara a sus largas jornadas y, el hombre fornido y amante del trabajo la complació con su nuevo medio de transporte que podía arrastrar por las calles, y no le agotara los hombros y la espalda.

    Más de 20 años unidos por el amor y con el reciclaje como testigo

    Más de 20 años unidos por el amor y con el reciclaje como testigo – Foto Alcaldía de Medellín

    Óscar y Dilia iniciaron hace 24 años recolectando, todas las tardes, reciclaje en el barrio Córdoba. Después se iban a amanecer a Calasanz, y cuando el reloj biológico les marcara las 4 de la madrugada, ya estaban reciclando material en diferentes unidades residenciales del sector. Luego vendían todo lo que juntaban y volvían a Moravia, al mismo rancho de madera y plástico en donde cultivaban el amor.

    De Moravia a La Aurora

    Pero como las oportunidades nunca llegan tarde, sino en el momento justo, desde hace 18 años duermen con mayor comodidad desde las 7 de la noche. De El Morro de Moravia fueron trasladados por la Alcaldía de Medellín al occidente, al sector de La Aurora, en el corregimiento San Cristóbal, en donde tienen su vivienda en un quinto piso. Ya el plástico y la madera solo son compañía en el reciclaje que hacen juiciosos toda la semana y durante muchas horas del día, porque parece que no se cansaran, que el sol y la inclemencia de los días fríos no los agotara.

    Desde hace cuatro años hacen parte de Corpoccidente, la corporación que los acompaña en el proceso y en la que, desde hace algún tiempo, se encuentra el carro de rodillos que Óscar le construyó a Dilia con tanto amor, para que ya no cargara en sus hombros ni uno, ni dos, ni tres costales, sino que arrastrara por muchos lados el producto que les dan sus sueños.

    Óscar y Dilia escogen en la Corporación toda la carga que recolectan en los parqueaderos de Las Flores. Allí, se pueden quedar hasta el mediodía en la separación del material, incluso hasta las dos de la tarde.

    Él mantiene la energía activa y se queda dándole vuelta a todos los contenedores, esperando encontrar más material para seguir llenando despacio una enorme tula. Dilia, en cambio, parte juiciosa hacia su hogar a cocinar, algo que le encanta y que sabe hacer con mucha sazón.

    Esta pareja de enamorados disfrutan tanto del trabajo como del pescado frito, para él, y el ‘sudao’ para ella.

    Podemos comer tres o más veces en la semana”, cuenta Dilia, con su español algo lento, pues aún conserva muy arraigada su lengua nativa Embera, la que practica muy seguido con su hijo, cuando se llaman.


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