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“Si uno es un mal ciudadano, es un mal profesional”: Juan Alberto Berrío

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Por: Alonso Velásquez Jaramillo - Editor:  Fredi Arboleda |

Con recursos del Programa de Planeación Local y Presupuesto Participativo, decenas de jóvenes de la ciudad han podido -con el apoyo de la Alcaldía de Medellín y a tra...

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    • Con recursos del Programa de Planeación Local y Presupuesto Participativo, decenas de jóvenes de la ciudad han podido -con el apoyo de la Alcaldía de Medellín y a través de Sapiencia- culminar sus estudios de educación superior. La única retribución que se exige es que presten un servicio social a la comunidad, sirviendo a sus vecindarios y proyectándose hacia un mejor futuro para sus vidas.

    Desde siempre tuvo el objetivo de estudiar arquitectura y a eso le dedicó todo su empeño.  Cuando terminó la técnica en esta profesión, en el Colegio Mayor de Antioquia, comenzó a buscar la forma de profesionalizarse. Obtuvo un trabajo y con algunos ahorros se apoyaba y a menudo veía que en su barrio de entonces -Santa Mónica-, en la Junta de Acción Local -JAL, hacían muchas reuniones y eventos.

    Un día decidió ir y se dio cuenta que allí le brindaban la oportunidad de pagar sus estudios superiores a través de los recursos del Programa de Planeación Local y Presupuesto Participativo, por intermedio de Sapiencia.

    No lo pensó dos veces. Llenó el papeleo y se inscribió en la Universidad San Buenaventura para hacer la carrera.

    Juan Alberto Berrío Franco ya culminó sus estudios, está vinculado como arquitecto en una de las empresas más importantes de la ciudad y vive con su corazón agradecido por lo vivido y por lo que aprendió de esta experiencia.

    El servicio social a su barrio

    Cuando le ofrecieron costearle sus estudios pensó, inicialmente, que era una beca, pero luego le contaron que debía prestar unas horas de servicio a la comunidad con la JAL, en diferentes actividades que tenían programadas, lo que le pareció muy positivo.  Cada ocho días, iba a apoyar diferentes acciones en su barrio y eso lo hacía sentir muy bien.

    Empezó en la ciclovía barrial y atendía algunos eventos de la JAL, y luego tuvo el relacionamiento con una fundación llamada Medellín Amiga, en donde se dio cuenta de la importancia de servir a los demás.

    Era un acercamiento al saber de los niños y de los jóvenes, y me dediqué a ayudarles con sus tareas o dándoles algunas clases de filosofía”, dice.

    Con esto aprendió a valorar mucho, porque sentía que “era entregarles a los niños ese mensaje de esperanza de que uno sí podía estudiar, así no tuviera los recursos”, agrega.

    Si te soy muy sincero -expresa con orgullo y gratitud- disfruté mucho el servicio social”.

    Sapiencia y Presupuesto Participativo

    Sapiencia y Presupuesto Participativo – Foto Alcaldía de Medellín

    Se le volvió un compromiso agradable hacer estas actividades con los niños y jóvenes y eso, además, fue como una especie de catarsis que le permitió alejarse de otras preocupaciones del trabajo y de la vida misma y, por eso, estar allá, cuatro o cinco horas con ellos, era un disfrute; lo que le hizo recordar sus épocas de scout y tener presente que esa pedagogía la tenía impregnada en su piel, pero que hacía mucho que no la ponía en práctica: “Y volver a eso fue maravilloso”.

    Cada semestre de estudio eran 80 horas de servicio social en su comunidad, certificadas por la JAL. En esas, llegó la pandemia y tuvo que adaptarse a la virtualidad, lo que implicó otro aprendizaje nuevo; pero todo esto “era algo que se hacía por el barrio de uno, donde yo vivía, y era más reconfortante” y sin problemas cursó su carrera y quedó a paz y salvo con la labor comunitaria.

    Recuerda, emocionado, el día de su grado profesional, ese que algunas veces veía muy distante porque en ocasiones los recursos escaseaban.  Con su diploma en la mano, se devolvió en el tiempo, con gratitud hacia todas las personas que estaban detrás de ese logro y a la gente de su barrio que, a través de esa experiencia de servicio, le ayudó a conseguir ese objetivo.

    En su memoria estaban los niños, los jóvenes y los vecinos, y en ese momento, la obtención de su título pasó a un segundo plano, al saber lo que pudo hacer por tanta gente.

    Hoy, sigue yendo con el corazón y la mente agradecidos a la fundación “porque me gusta motivar a los niños y jóvenes que están ahí, para que vean que la vida del estudio sí se puede.  El grado es muy importante, pero saber que uno estuvo en contacto con tantas personas, fue mucho más grande que eso”.

    El servicio como una virtud

    “Uno cree que la labor culmina cuando se alcanza el logro, pero a medida que uno va caminando por la vida se encuentra que hay otras metas y, si soy sincero, quisiera ver que los jóvenes y niños a quienes les pude ayudar consiguieran el título y pudieran seguir estudiando.  Será muy utópico, pero me parece bien ese camino, porque a la larga uno construye vidas”, señala Juan Alberto.

    Es que uno trabaja para construir cierto modo de riqueza, pero cuando uno le niega el servicio a los demás, es un mal ciudadano y un mal profesional”, sentencia con firmeza.

    Su proyección y su vida hoy

    Juan Alberto apenas aflora en los 29 años.  Vive ahora en el barrio Florida Nueva con sus tíos, ya tiene cerca a su madre Margarita Franco y está más que agradecido con el apoyo que recibió de todos ellos y de sus primos, los cuales ya son como sus hermanos. “Mis tíos y mi mamá aún están jóvenes, aunque ellos no lo crean, tanto, que todavía echan cantaleta”, dice, en medio de una risa que deja ver el amor que siente por ellos.

    Estudia inglés, en este momento, para ser un mejor profesional, y tiene claro, que a futuro -aprovechando las garantías que le ofrecen en su empresa- se quiere proyectar profesionalmente en otra parte del mundo.

    No sé dónde será, pero la idea es seguir caminando, seguir construyéndome pulgada a pulgada”, concluye.


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