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“Sin campo, la ciudad sería nada”: Álvaro Serna

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  • Foto: “Sin campo, la ciudad sería nada”: Álvaro Serna

    Fotógrafo: Foto Alcaldía de Medellín

    2022-06-03

    “Sin campo, la ciudad sería nada”: Álvaro Serna

    Por Alonso Velásquez Jaramillo

    “Ser campesino es un privilegio, es una hermosura. No todo el mundo puede contemplar esto, tener todos los productos tan cerca y llegar tan rápido a la finquita.  Yo, del centro aquí, me demoro por mucho 40 minutos”. 

    Lo dice Álvaro Antonio Serna Calle, con un hablar lento y pausado, midiendo sus palabras, para describir lo que se siente ser un campesino que vive tan cerca de la ciudad, pero que ama a su tierrita. 

    Él es uno de los cientos de habitantes del corregimiento Altavista, de la vereda El Corazón, que hace parte de la población rural de Medellín y que reconoce que vivir tan cerca de la zona urbana de la capital paisa es un privilegio y una ventaja muy grande porque se pueden comercializar mejor los productos y se tiene acceso a muchos servicios.

    Es natural de Medellín y hace 35 años -de los 53 que tiene de vida- vive allá, en ese lote llamado San José, herencia de su padre.  Allí reparte su tiempo entre quienes componen su hogar:  su madre, su hermana, los sobrinos y sus hijos, y las labores propias del campo. 

    Cultiva cítricos, que ya están empezando a salir y hojas de biao, conocidas por ser la envoltura de los tamales. Pero su producto fuerte es el café, que lleva el mismo nombre de la finca y el cual espera le permita crecer económicamente.

    Ha tenido apoyo de la Alcaldía de Medellín en la comercialización y pronto recibirá una marquesina que le servirá para mejorar el proceso de secado del grano, lo cual agradece.

    El campo es su vida

    Es un poco parco en su hablar, pero tiene el alma del campo y el amor incondicional por la tierra

    “No hay como el campo, no hay como sembrar uno mismo la tierrita”, afirma.

    Ha compartido los dos ambientes: el de la ciudad y el del campo, pero no cambia su vida campesina por nada. Cuando está por fuera de su parcela, extraña ver crecer sus sembrados, los amaneceres, el canto de los pájaros y, por eso, da gracias a Dios.

    “Es una bendición muy grande ver uno crecer el palito de café y las cositas que uno siembra por ahí, y la tranquilidad y la paz. Eso no tiene precio, pues, le digo”, comenta.

    Terminó bachillerato en el otrora Liceo Antioqueño y se presentó a la Universidad de Antioquia, “pero solo alcancé a pasar a la acera de enseguida”, expresa con una breve sonrisa.  Sin embargo, ha hecho diferentes cursos relacionados con el agro, el café y la siembra de cultivos. Con el tiempo estudió una técnica en contabilidad y ha recibido algunas clases de inglés.

    Tiene dos hijos: Emanuel, que estudia en la Universidad Pontificia Bolivariana, gracias a una beca que obtuvo con la Alcaldía de Medellín y Alejandro que está en bachillerato. 

    Y aunque sus hijos son amantes del campo y le dicen que no vaya a vender la tierrita, él quisiera tener el poder de un gobernante para impulsar proyectos encaminados a que los campesinos y la juventud de estos territorios tuvieran unas mejores condiciones, y para que no se tuvieran que ir a la ciudad a estudiar y trabajar, y se enamoraran de verdad de lo que ofrece la vida rural.

    Trabajaría por una mejor educación, “amañando a los jóvenes y mostrándoles con hechos, con productos comercializados a buenos precios, abriendo mercados y demostrando que sí se puede trabajar en el campo y que aquí se puede vivir de una mejor forma”.

    Recuerda que antes de la pandemia, unos amigos que vivían en la parte de abajo del corregimiento, más cerca de Medellín, le decían: “Usted, montañero, que no volvió por aquí”. Apenas se desató el virus, le expresaban: “¡Qué bueno que vivís por allá!”.

    Su sueño

    Desde muy pequeño -sin tener una razón clara- sueña con ir a Holanda, ya que siempre le ha parecido un lugar muy especial, pero su gran anhelo es “tener una consolidación con mi producción de café, que la marca crezca y me ayude en lo económico, a mí y a mi familia, y poder ayudar a mucha gente”.

    En la búsqueda, solo le pide a Dios salud y fuerzas para seguir adelante.

    “Vivimos humildemente, pero tranquilos. Lo más importante es estar uno con la familia y poder trabajar, y después de eso, lo que vaya llegando”, manifiesta.

    Mientras sigue al pie de su parcela, con sus gallinitas, sus cultivos y cuatro reses, a las que no les tiene nombre, pero a las que mima, las soba y las contempla. 

    Y antes de terminar, expresa muy serenamente, con esa sabiduría de la gente campesina: “Sin campo, la ciudad sería nada, no tendríamos aire, ni comida; no sería una vida para el ser humano”.

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